Decía Miguel Ángel que esculpir es
sacar el alma de la piedra hacia afuera, y debe ser así, porque al
mirar cualquiera de sus esculturas sentimos cómo nuestra propia alma
se encuentra con el universo. Esta es la habilidad, la destreza y el
arte de cualquier escultor, encontrar el alma que tiene el material,
darle la forma adecuada, y conseguir que a través de esa forma
nuestra esencia se encuentre.
Mientras miro a Sebastián Peter no
puedo dejar de pensar en qué es lo que él está viendo. Yo apenas
observo un cilindro de 10 centímetros de alto y 9 milímetros de
diámetro, sin embargo, él comienza a trazar con pulso firme y
decidido unas líneas sobre la porosidad de la tiza.
Con sus dedos agarra la tiza, le da
vueltas, la observa, mantiene un diálogo silencioso y cuidado con
ella. Mientras, yo me siento ajena a toda esta experiencia, por más
que observo, sólo veo líneas.
Cambia de herramienta, del lápiz pasa
al punzón, a la gubia, y los escalones de ese caracol que ha de
sacar mi alma van apareciendo, surgen los ventanales, la espiral (tan
constante en la obra de Sebatián Peter) las curvas, y casi sin que
yo lo note mi mirada pasa de dentro hacia afuera y, ahora sí, casi
como si fuera magia, contemplo esa escalera de caracol y reconozco mi
alma en ella. Sólo puedo preguntar en voz alta y para adentro ¿cómo
lo hiciste? Su sonrisa en mi respuesta.
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